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viernes, 27 de enero de 2017



Trump y México:
Pedestales sin ídolos.
26 de enero, 2017.
Alfredo Orellana Moyao.

Corrían los albores de la década de los 90; los últimos lustros del Siglo XX. México cambiaba doctrinas políticas, constitucionales, de moral pública y de legitimidad.
Abandonábamos el evolucionado discurso del Estado-Nación y de su pueblo soberano como  autorreferente  local de creencias y convicciones y origen único de lo legítimo. Se dejaban atrás -con cierta resistencia- a los valores independentistas de las ex-colonias y también a la autoafirmación posrevolucionaria de la identidad axiológica nacional (subrayo: NACIONAL).
El mundo entre tanto –en  mi opinión- se movía sobre dos ejes monetarios, comerciales y políticos mundiales fundamentales: la libra en Inglaterra y (¿vs?) el dólar de los Estados Unidos de América.
El llamado “neoliberalismo” generó nuevos referentes  ideológicos que sustentaron audaces paradigmas de expansión comercial que se insertaron magistralmente en el terreno de la ética pública. Me explico: El “mercado libre” había sido un asunto subordinado, acotado, limitado por la soberanía, los derechos sociales y el Estado de Bienestar en sus diversas expresiones. El fomento al desarrollo económico e industrial era parte de las políticas elementales de cada país pues, en el mundo, competían las economías nacionales a través de las empresas e industrias que llevaban orgullosos gentilicios en sus denominaciones.
Al cierre del Siglo XX el mercado escribió con mayúsculas su apellido “LIBRE” y se gestó un entramado discursivo que expropió al Estado-Nación la denominación de origen de la legitimidad pública. Esto es, el mercado se presentó a sí mismo como el resultado e indicador necesario de la democracia que a su vez, sería el más claro indicador de la vigencia de los Derechos Humanos que a partir de ese planteamiento, se consideran exigencias internacionales de la legitimidad de todo poder público nacional.
La legitimidad entonces fue expropiada de lo local hacia lo internacional.  Los ídolos independentistas, como la soberanía autoreferencial y las autodeterminaciones revolucionarias, fueron demolidos y removidos de sus viejos pedestales, y se colocaron en su lugar nuevas efigies no vistas antes; nuevos paradigmas y verdades que no eran extranjeras, no eran importadas o adaptadas, eran nuevos ídolos globales: un nuevo orden institucional, legal y de Estado Supranacional; convicciones absolutas sobre límites y prohibiciones exigibles a los tradicionales poderes legislativo, ejecutivo o judicial; marcos de referencia generales para la soberanía y para la autodeterminación específica de los países.
Grandes convenciones y tratados internacionales viejos y empolvados fueron traídos y engargolados como las nuevas tablas de la ley, para hacer valer una sola versión de la libertad humana a nivel internacional. Esos documentos con declaraciones y desideratas se transformaron en la sustancia de otros tratados mucho más operativos y ejecutables. El primero en su relevancia, creo, es GATT impulsado desde Inglaterra.
Un mundo igual: derechos humanos iguales; democracia, competitividad y no intervencionismo; igualdad; propiedad;  todo globalmente parametrizado. El comercio como fin, cierto, pero sobre todo como medio e indicador  de esos paradigmas de libertades y derechos mundialmente reconocidos e incuestionables.
Un régimen sobre los regímenes: Ombudsman para velar por Derechos Humanos globales; institutos electorales separados de los poderes públicos para garantizar el ejercicio de las libertades políticas; órganos y comisiones reguladoras (COFETEL, CRE, COFEMER, COFECE, etc.) para aislar de los debates políticos a las decisiones “técnicas” que enmarcan el ejercicio de los derechos económicos en franca expansión.
Competitividad de nuevas empresas que ya no serán nacionales y tampoco multinacionales, sino empresas globales para mercados globales. En el orbe compiten empresas por si mismas y ya no como herramientas de las economías estatales. Competencia de iguales con exigencia de reglas, principios y convicciones iguales.  Borrar fronteras es deseable para integrar mercados sin necesidad de fusionar naciones o demeritar sus identidades. Aldea global le llamaron algunos.
El Siglo XX acabó. Cerró el desarrollo de las naciones y las regiones para dar paso al globalismo y las macroeconomías entendidas como resultados y ya no como causas del desarrollo empresarial o industrial en cada nación.
Democracia, renovación y libertad fueron las banderas que enarboló el discurso integracionista del mercado global.  México se adaptó y cumplió las exigencias de parámetros que lo llevaron a la reconfección de su esquema constitucional, institucional, político, social y filosófico.
El Estado aceptó la dieta y adelgazó sus competencias y alcances. Cedió predios a representaciones en órganos gubernamentales y reguladores y refrendó así la legitimidad en sus diversas expresiones. Los órganos autónomos e independientes del  poder de raíz autóctona, evolucionaron y han asentado ya sus rúbricas en la constitución misma.
Sobre los pedestales, nuevos tótems ocuparon los oráculos para la toma de decisiones. El TLCAN,  el climax de la historia.  Hoy existen alrededor de  180 TLC en el mundo.
Pero llegó Trump y con un bate, ha derrumbado los ídolos. Pasmo, miedo; estupor; escándalo; reclamo; vergüenza; incertidumbre.
Sin firmas ni procesos solemnes habíamos visto que BREXIT, menos violento y vulgar, también había iniciado la remoción de las efigies antifronteras e integraderas. Inglaterra caballerosa y EUA a la vaquera abandonaron la filosofía del GATT, de Maastricht, del TLCAN, de la OMC, de la OCDE, al menos, para erigir abruptamente nuevos ídolos en los pedestales.
Los referentes dejaron de ser exigible, quizás porque no sabemos si alguna vez lo fueron globalmente en realidad. Los parámetros y estándares libertarios e igualadores dejaron de ser efectivos para la legitimidad del poder local.
BREXIT y TRUMP no cuentan con un respaldo electoral tradicionalmente configurado  y se alejan de la corriente integradora  de los Derechos Humanos y las libertades incuestionables y globales. Se oponen a ello. Ostentan su rebelión contra lo  transfronterizo y reivindican el absolutismo decimonónico y la otredad nacionalista; sustituyen la libre competencia por la rivalidad económica y restauran la nacionalidad de suelo y sangre como única credencial de acceso a los derechos que ya no son universales. Al “resto del mundo” se le conquista y domestica, no se le integra ni se dialoga. El respeto se exige y sólo se acepta si viene expresado como subordinación.
México vio  en menos de un semestre los pedestales vacíos. El oráculo global no responde; perdió la voz. Ya no legitima nuestra estructura política, electoral, económica, cultural, de justicia.
Orfandad. Las estrellas en la frente o los aplausos colectivos no existen si la colectividad deja de mirar; de mirarse a sí misma como tal. Las colectividades sin impulsores son solo masas. Estados Unidos e Inglaterra fueron los impulsores de lo que hoy abandonan. Parece que ellos ya tienen sus pedestales ocupados. México no. Nuestros ídolos nacionalistas fueron hechos añicos y ahora habrá que ver si los pedazos pueden siquiera reunirse. Los ídolos globales sólo son útiles en ritos  colectivos.
México, con pedestales vacíos siente zozobra, temor y deriva. Nostalgias melancólicas, rencores y anhelos de vendettas;  clamores de auxilio y esperanzas de arbitrajes salvadores.
Es momento de ser capaces de esculpir nuevos ídolos para la legitimidad, la dignidad y la moral de la acción pública en el país, que es el único y verdadero eje de nuestras interacciones globales, multilaterales o bilaterales.
Si, es momento de una reconfiguración idéntica a la anterior, pues se origina en el contexto global, pero es diferente porque esta vez la solución sólo puede venir de dentro.