Pedestales
sin ídolos.
26
de enero, 2017.
Alfredo
Orellana Moyao.
Corrían los albores de la década de los 90; los últimos lustros del Siglo
XX. México cambiaba doctrinas políticas, constitucionales, de
moral pública y de legitimidad.
Abandonábamos el evolucionado
discurso del Estado-Nación y de su pueblo soberano como autorreferente local de creencias y convicciones y origen
único de lo legítimo. Se dejaban atrás -con cierta
resistencia- a los valores independentistas de las ex-colonias y también a la autoafirmación posrevolucionaria de la
identidad axiológica nacional (subrayo: NACIONAL).
El mundo entre tanto
–en mi opinión- se movía sobre dos ejes
monetarios, comerciales y políticos mundiales fundamentales: la libra
en Inglaterra y (¿vs?) el dólar de los Estados Unidos
de América.
El llamado
“neoliberalismo” generó nuevos referentes ideológicos que sustentaron
audaces paradigmas de expansión comercial que se insertaron
magistralmente en el terreno de la ética pública. Me explico: El “mercado
libre” había sido un asunto subordinado, acotado, limitado por la soberanía, los derechos sociales y
el Estado de Bienestar en sus diversas expresiones. El fomento al desarrollo
económico e industrial era parte de las políticas elementales de cada país pues, en el mundo,
competían las economías nacionales a través de las empresas e
industrias que llevaban orgullosos gentilicios en sus denominaciones.
Al cierre del Siglo XX el
mercado escribió con mayúsculas su apellido “LIBRE”
y se gestó un entramado discursivo que expropió al Estado-Nación la denominación de origen de la
legitimidad pública. Esto es, el mercado se presentó
a sí mismo como el resultado e indicador necesario de la democracia que a su
vez, sería el más claro indicador de la vigencia de los Derechos Humanos que a
partir de ese planteamiento, se consideran exigencias internacionales de la
legitimidad de todo poder público nacional.
La legitimidad entonces
fue expropiada de lo local hacia lo internacional. Los ídolos independentistas, como
la soberanía autoreferencial y las
autodeterminaciones revolucionarias, fueron demolidos y removidos de sus viejos
pedestales, y se colocaron en su lugar nuevas efigies no vistas antes; nuevos paradigmas
y verdades que no eran extranjeras, no eran importadas o adaptadas, eran nuevos
ídolos globales: un nuevo orden institucional, legal y de Estado Supranacional;
convicciones absolutas sobre límites y prohibiciones exigibles
a los tradicionales poderes legislativo, ejecutivo o judicial; marcos de
referencia generales para la soberanía y para la
autodeterminación específica de los países.
Grandes convenciones y
tratados internacionales viejos y empolvados fueron traídos y engargolados como
las nuevas tablas de la ley, para hacer valer una sola versión de la libertad humana
a nivel internacional. Esos documentos con declaraciones y desideratas se
transformaron en la sustancia de otros tratados mucho más operativos y
ejecutables. El primero en su relevancia, creo, es GATT impulsado desde
Inglaterra.
Un mundo igual: derechos
humanos iguales; democracia, competitividad y no intervencionismo; igualdad;
propiedad; todo globalmente parametrizado.
El comercio como fin, cierto, pero sobre todo como medio e indicador de esos paradigmas de libertades y derechos
mundialmente reconocidos e incuestionables.
Un régimen sobre los regímenes: Ombudsman para
velar por Derechos Humanos globales; institutos electorales separados de los
poderes públicos para garantizar el ejercicio de las libertades políticas; órganos y
comisiones reguladoras (COFETEL, CRE, COFEMER, COFECE, etc.) para aislar de los
debates políticos a las decisiones “técnicas” que enmarcan el
ejercicio de los derechos económicos en franca expansión.
Competitividad de nuevas empresas
que ya no serán nacionales y tampoco multinacionales, sino empresas globales para
mercados globales. En el orbe compiten empresas por si mismas y ya no como herramientas
de las economías estatales. Competencia de iguales
con exigencia de reglas, principios y convicciones iguales. Borrar fronteras es deseable para integrar
mercados sin necesidad de fusionar naciones o demeritar sus identidades. Aldea
global le llamaron algunos.
El Siglo XX acabó.
Cerró el desarrollo de las
naciones y las regiones para dar paso al globalismo y las macroeconomías entendidas como
resultados y ya no como causas del desarrollo empresarial o industrial en cada
nación.
Democracia, renovación y libertad fueron las
banderas que enarboló el discurso integracionista del
mercado global. México se adaptó y cumplió las exigencias de parámetros que lo llevaron a
la reconfección de su esquema constitucional,
institucional, político, social y filosófico.
El Estado aceptó la dieta y adelgazó sus competencias y
alcances. Cedió predios a representaciones en órganos gubernamentales y
reguladores y refrendó así la legitimidad en sus
diversas expresiones. Los órganos autónomos e independientes del poder de raíz autóctona, evolucionaron y han
asentado ya sus rúbricas en la constitución misma.
Sobre los pedestales, nuevos tótems ocuparon los oráculos para la toma de decisiones.
El TLCAN, el climax de la historia. Hoy existen alrededor de 180 TLC en el mundo.
Pero llegó Trump y con un bate, ha
derrumbado los ídolos. Pasmo, miedo; estupor; escándalo; reclamo; vergüenza; incertidumbre.
Sin firmas ni procesos solemnes
habíamos visto que BREXIT, menos violento y vulgar, también había iniciado la
remoción de las efigies antifronteras e integraderas. Inglaterra caballerosa y
EUA a la vaquera abandonaron la filosofía del GATT, de Maastricht, del TLCAN, de la OMC, de la OCDE, al
menos, para erigir abruptamente nuevos ídolos en los pedestales.
Los referentes dejaron de
ser exigible, quizás porque no sabemos si alguna vez lo fueron globalmente en
realidad. Los parámetros y estándares libertarios e
igualadores dejaron de ser efectivos para la legitimidad del poder local.
BREXIT y TRUMP no cuentan
con un respaldo electoral tradicionalmente configurado y se alejan de la corriente integradora de los Derechos Humanos y las libertades
incuestionables y globales. Se oponen a ello. Ostentan su rebelión contra lo transfronterizo y reivindican el absolutismo
decimonónico y la otredad nacionalista;
sustituyen la libre competencia por la rivalidad económica y restauran la nacionalidad
de suelo y sangre como única credencial de acceso a los derechos que ya no son universales.
Al “resto del mundo” se le conquista y domestica, no se le integra ni se
dialoga. El respeto se exige y sólo se acepta si viene expresado como
subordinación.
México vio en menos de un semestre los pedestales vacíos. El oráculo global no responde; perdió la voz. Ya no legitima
nuestra estructura política, electoral, económica, cultural, de
justicia.
Orfandad. Las estrellas en
la frente o los aplausos colectivos no existen si la colectividad deja de
mirar; de mirarse a sí misma como tal. Las colectividades sin
impulsores son solo masas. Estados Unidos e Inglaterra fueron los impulsores de
lo que hoy abandonan. Parece que ellos ya tienen sus pedestales ocupados. México no. Nuestros ídolos nacionalistas fueron
hechos añicos y ahora habrá que ver si los pedazos
pueden siquiera reunirse. Los ídolos globales sólo son útiles en ritos colectivos.
México, con pedestales vacíos siente zozobra, temor y
deriva. Nostalgias melancólicas, rencores y anhelos de vendettas;
clamores de auxilio y esperanzas de
arbitrajes salvadores.
Es momento de ser capaces
de esculpir nuevos ídolos para la legitimidad, la dignidad
y la moral de la acción pública en el país, que es el único y
verdadero eje de nuestras interacciones globales, multilaterales o bilaterales.
Si, es momento de una
reconfiguración idéntica a la anterior, pues se
origina en el contexto global, pero es diferente porque esta vez la solución sólo puede venir de dentro.